martes, 6 de noviembre de 2012

AL DOLOR LO LLAMAN AMOR





Al DOLOR LO LLAMAN AMOR 


Ana Gallego- Reportaje
Antonia y Ana Gallego en la Asociación "Ana Bella".
Valentía, tolerancia, entrega, libertad, igualdad... esas no son solo palabras, son los valores sobre los que se construye la vida cotidiana de Antonia una mujer valiente que ha sufrido el desprecio de sentirse menos que cero, que ha sentido el abuso, el maltrato, la violencia de hombres sin más sentimientos que un ansia ciega de posesión... Violencia a cambio de amor, ¿por qué?, ¿herencias culturales?, ¿psicopatologías?, ¿individuos socialmente disfuncionales? 

Las causas de la violencia de género pueden ser muchas, probablemente no haya una única explicación, la combinación de factores hace de cada un universo complejo; lo único que puede decirse con seguridad es que aún hay hombres que al daño y al dolor, lo llaman amor. Como nos cuenta Antonia, mejicana de Aguas Calientes, divorciada y con dos hijos, nacidos de dos relaciones distintas -la segunda de ellas fue un infierno de abusos- , el final de una relación basada en la posesión y el dominio machista es siempre el mismo: si la mujer no se pliega al más pequeño de los deseos de su pareja, llega, “un momento en el que sabes que algo va a pasar, lo presientes… Sabes que te puede pasar algo más grave...” 

Antonia es una mujer valiente (no estaría mal aquí una descripción física de Antonia, un pequeño retrato que refleje su corazón), profesora en México, tuvo que marcharse de su país, dejando atrás empleo, familia, amigos y media vida. 

Hacía ya cuatro años que Antonia se había divorciado de su pareja, con la que tuvo un hijo. Tras el fracaso de la vida en común, se refugió en su trabajo, en sus amigos. La vida social la mantuvo ocupada, permitiéndole reencontrarse consigo misma. Por aquel entonces, conoció a José Luis, un cubano de sangre caliente, pero dulce y amoroso. Antonia ya se había rehecho como mujer, la idea de volver a formar una familia con un hombre que parecía adorable volvía a ilusionarla. 

Al principio la vida en pareja fue hermosa, sin embargo, no tardó mucho en llegar el tiempo en que José Luis, de forma muy sutil, empezó a cercarla, a cortar vínculos con su entorno, vínculos que no era necesario cortar. La vida de Antonia, que hasta entonces había transcurrido “de puertas para afuera” comenzó a hacerse cada vez más de “puertas para adentro”. El amoroso “hacerlo todo juntos”, con el que José Luis intentaba en realidad apartarla de su entorno profesional, de sus amistades, hasta de su familia, se convirtió en una pesada cadena que iba separando física y emocionalmente a Antonia de sus afectos, de los proyectos de vida propios, aislándola en una idea de hogar que anunciaba una mazmorra oscura. Poco a poco ese “juntos” se convertía en “a la manera de Jose Luis”; ese “juntos”, que no era de dos, la asfixiaba. Antonia, a pesar de todo, aún amaba a José Luis, no ponía límites a su irracional deseo de posesión, intentando tranquilizar los sentimientos de inseguridad del hombre que amaba. Pero él, a cada cesión, le exigía más, más y más, cada vez el espacio de la vida de Antonia era más estrecho. “Él era cubano -confiesa Antonia-, y tenía un temperamento muy fuerte, era muy pasional pero yo lo achacaba a su carácter temperamental. Me gritaba… Pero al principio yo pensaba que tenía una bonita relación porque él no fumaba, no bebía... y yo pensaba: su único problema es que de vez en cuando grita.” El sometimiento de Antonia fue un imparable proceso de degradación en el que siempre se aguantaba el dolor con la esperanza de que las cosas cambiaran. José Luis, no fumaba, no bebía, la amaba, se repetía una y otra vez; lo único malo es que a veces le gritaba, algún defecto tenía que tener, no cesaba de repetirse. Él es cubano, de temperamento fuerte, muy pasional, se recordaba cada vez que un insulto le azotaba la cara. Antonia achacaba aquellos accesos de ira a un mal pronto del carácter de José Luis y cedía y cedía ante sus continuas exigencias, manteniendo la esperanza de que todo iba a cambiar un día, de que era solo una mala racha, de que el amor que José Luis sentía por ella le haría darse cuenta de que así la estaba destruyendo.

Al poco de vivir juntos, Antonia quedó embarazada, la ilusión renacía, y, sin embargo, el nacimiento de su hija no pudo borrar la rutina de abusos, pronto descubrió que la paternidad n o iba a cambiar las cosas. Cuanto más sumisa Antonia, más tirano José Luis, exigía más sometimiento, imponía más control, aumentaba la dureza del maltrato y los golpes sucedieron a los gritos. 

Una tarde, Antonia fue con su hija a una reunión familiar. Las mujeres habían quedado para preparar tamales, unas empanadas de maíz cocido, envueltas en hoja de mazorca, muy populares en la cocina mejicana. La reunión se demoró, Antonia y la niña llegaron de regreso a casa algo más tarde de la hora convenida. “Cuando entramos, mi hija y yo, en mi casa, él ya era un monstruo”, confiesa Antonia. La niña, muy pequeña, se impresionó tanto que aún hoy recuerda con dolor la escena de locura que siguió después.

La relación de los comienzos, contrariada, pero donde Antonia creía percibir aún la esperanza del amor, devino así en una serie sin fin de desprecios, humillaciones, insultos y vejaciones de todo tipo. Antonia, huyendo del dolor y al desolación, se construyó una vida interior aparte, llena de mentiras y de miedos, que al menos aliviara de algún modo su permanente sometimiento a un hombre que creía amarla, pero que con cada grito, con cada golpe, le iba regalando la pura destrucción del amor. Ella parecía desfallecer de impotencia, pero tras cada maltrato llegaba un arrepentimiento, una promesa de que todo iba a cambiar. Antonia, sufría y, sin embargo, olvidaba, necesitaba quedarse con el abrazo de la reconciliación después de los insultos y los golpes, deseando inútilmente que aquella fuera la última vez. “A ninguna mujer le gusta ser maltratada, pero cuando te piden perdón tienes algo de fe en que él va a cambiar, porque había una parte de él que era buena… o por lo menos eso pensaba yo…”, recuerda Antonia. Después del castigo, después de los buenos propósitos la convivencia volvía a ser normal durante un par de semanas, pero la tensión se iba acumulando poco a poco, lentamente, hasta que todo explotaba de nuevo.

Antonia llegó a estar tan anulada, tan destruida, que seguía al lado de José Luis por razones que ella misma no sabe cómo explicar. Por un lado, era cierto que no podía abandonar la idea de que él iba a cambiar, aunque fuera más un deseo de milagro que una conciencia de realidad; por otro, el miedo, el pánico habían llegado a tal extremo que ya no la dejaban pensar con claridad, la paralizaban, la ataban de pies y manos al hombre que la maltrataba … Además, Antonia, sometida, vivía tan enajenada y avergonzada, tan robada la dignidad, que ni siquiera podía aceptar la idea de que aquello no fuese otra cosa que una locura pasajera, que las cosas se iban a arreglar, y se decía vez tras ves, que aquella, de verdad, iba a ser la última. 

Cuando Antonia lo comentaba con sus parientes, una parte de la familia veía el problema, sin embargo, como ella protegiendo en cierto modo a José Luis, remisa a cargarlo de culpa, no lo contaba todo, no acababan de entender la gravedad de la situación; la otra parte, más tradicional, más apegada al modelo patriarcal de matrimonio, pensaba que él lo único que deseaba era tener un hogar como dios manda, que Antonia era muy liberal… Pero Antonia, lo único que pretendía era, como cualquier persona normal, poder salir alguna vez con sus amistades.

A veces las cosas parecían mejorar. Durante un tiempo, José Luis llegó incluso a asistir voluntariamente a terapia. No sirvió de nada, todo volvió a empezar y Antonia aún se pregunta si se prestó a la terapia porque era consciente de lo que estaba pasando o porque era la única vía que ella le dejaba para retenerla a su lado.

Cinco años, cinco largos años aguantó Antonia sufriendo y protegiendo a su hija, porque su hijo, más mayor, fruto de su primer matrimonio, sentía tanto pánico que no quiso vivir con su madre por no vivir con aquel hombre. Antonia recuerda cómo su hijo le rogaba que lo abandonase, que escapara de allí, que temía por ella. Antonia, entre el miedo y la resignación seguía aguantando, esperando que no llegara nunca lo que en el fondo sabía inevitable en una relación basada en el dominio y la sumisión, donde amar solo significa poseer. “Llega un momento en el que sabes que algo va a pasar, lo presientes… Sabes que te puede pasar algo más grave.” 

Ese momento llegó en la vida de Antonia una tarde, cuando después de una discusión, antes de salir para ir al trabajo, José Luis le dijo, “por la noche vamos a hablar…” y Antonia vio en sus ojos una mirada loca, de rabia, de coraje… una mirada de muerte. Todo lo que pudo sentir fue pánico. “Cuando él regrese yo no sé lo que va a pasar…” Antonia se fue a impartir sus clases de la tarde, él también… Pero su mirada, sus gritos, las amenazas hicieron que Antonia diera el paso, agarró a su niña y escapó a un lugar de acogida de mujeres maltratadas al que allí en México se le llama Refugio. Huyó lejos de su familia, sabiendo que no podía quedarse al calor de los suyos, que José Luis iría allí a buscarla. Y la buscó, pasó semanas buscándola, semanas amenazando a cuanto pariente le negaba saber el paradero de Antonia; los abordaba blandiendo un machete mientras prometía que cuando volviera acabaría con su vida, una vida que él consideraba suya, como su coche, como su casa, suya en propiedad y para siempre.“Quizá si yo hubiera puesto límites al principio, hubiera podido tener una relación normal”, se lamenta hoy. 

Antonia vivió unos meses sola, acogida (¿por quiénes?) en otra ciudad, alejada de sus familiares, de su trabajo de profesora (¿en un instituto o en un colegio?, ¿sabes el nombre de la institución?) y al cabo de unos meses cuando se enteró de que “los coyotes”, traficantes de hombres, lo habían pasado a Estados Unidos, volvió a su Aguas Calientes, a su trabajo, a su familia. Seguía sintiendo miedo, ¿qué tuvo que pasar Antonia que no podía dejar de temer a José Luis? Él aún podía volver en cualquier momento y acabar con su vida. El miedo no la abandonaba. Una serie de pérdidas familiares la impulsaron finalmente a dejar México y venir a España a cursar estudios de doctorado, esperando poder, por fin, empezar de nuevo.

Sin embargo, cuando llega a España no le conceden la beca de estudios de postgrado. Tiene poco dinero y necesita trabajar. A través de una amiga conoce a Ana Bella, una mujer de 34 años que a los 18 años contrae matrimonio, movida por su ideal de amor romántico, con un hombre de 42, que será el protagonista de sus pesadillas durante los once años posteriores. Once años de maltrato psicológico y físico que terminan en una llamada, desde el coche y de madrugada, al teléfono del Instituto Andaluz de la Mujer. Con sus cuatro hijos se marcha del domicilio conyugal para comenzar una nueva vida en una casa de acogida donde reside durante 4 meses, para posteriormente instalarse en un piso tutelado.
Ana comienza a levantar la voz en defensa de mujeres víctimas de violencia de género, siente la necesidad de ayudar y de aportar su granito de arena y decide crear una fundación para ayudar no solo a las mujeres víctimas de maltrato sino también a madres separadas y con hijos que no cuentan con recursos. Es así como surgió laFundación Ana Bella una organización sin ánimo de lucro formada por mujeres que han superado la violencia de género en positivo y se dedican a hacer visible y prestar apoyo integral de forma eficaz a mujeres en riesgo de exclusión: víctimas de violencia de género, inmigrantes y madres en situación de pobreza. La misión de la Fundación Ana Bella es construir una sociedad en igualdad libre de violencia hacia las mujeres. Con sus Testimonios Positivos están creando redes naturales de mujeres que ayudan a otras mujeres provocando un efecto multiplicador. Ayudan a las mujeres que han sido maltratadas para que se transformen de víctimas en supervivientes y se impliquen en la lucha contra la violencia de género como agentes de cambio social hacia la igualdad.
Antonia y Ana Bella no son un caso aislado, la violencia de género constituye la vulneración más extendida de los derechos humanos en el mundo y su raíz ha quedado establecida en la discriminación que sufren las mujeres respecto de los hombres, fruto de las asimétricas relaciones de poder que históricamente han sometido a las mujeres, relegándolas al desempeño de un rol inferior en la sociedad. En los países occidentales algo ha empezado a cambiar, en el año 2004 España dio un gran paso con la aprobación de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.

En Andalucía, en concreto, los avances han sido muy significativos, la creciente influencia sobre las distintas estructuras políticas y sociales de los colectivos de mujeres está contribuyendo a la creación de una conciencia no solo institucional, sino también ciudadana de rechazo de la violencia de género. En el plano de la regulación normativa, el Parlamento andaluz ha aprobado dos leyes de radical importancia en la lucha contra la discriminación de la mujer, de una parte la Ley 12/2007, de 26 de noviembre para la promoción de la Igualdad de Género en Andalucía; de otra, la Ley 13/2007, de 26 de noviembre, de medidas de prevención y protección integral contra la violencia de género. 

Dos actuaciones legislativas que pretenden impulsar la integración de la mujer andaluza en la sociedad en plena igualdad de derechos con los hombres, como actuación que busca la superación del papel dependiente de las mujeres andaluzas, su dignificación como género, y, al mismo tiempo, proteger a las mujeres de los abusos de quienes las siguen considerando “inferiores”, mero objeto de la propiedad de los hombres, mediante el castigo severo de los delitos de violencia de género.
Fuente: Antonia y la Asociación Ana Bella.
Fotos: Ana Gallego.

 

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